Cualidades esenciales del predicador extraordinario

Cualidades esenciales del predicador extraordinario


Es espiritual

La Biblia declara que hay tres tipos de hombres: el hombre natural, el carnal y el espiritual. El primero, conoce solo el ámbito natural, no sabe nada de las realidades espirituales que se comprenden espiritualmente, más bien le parecen locura. El segundo, discierne la dimensión natural y espiritual, es miembro o ministro de una iglesia local, pero vive según los deseos de la carne. El tercero, es el hombre espiritual. Muestra el fruto del Espíritu en la vida diaria en todas las esferas. Sabe que la Biblia es un libro que contiene un mensaje espiritual de poder sobrenatural, que no puede entenderse, vivirse y predicarse solo con inteligencia, capacidad de análisis y experiencia naturales.

El apóstol Pablo lo manifestó: “Y ni mi mensaje ni mi predicación fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder”, (1 Corintios 2:4, LBLA). Y agrega que el hombre espiritual habla con las palabras que enseña el Espíritu en la Escritura y “acomoda” lo espiritual a lo espiritual”. Es imposible que un predicar sea extraordinario, si no es salvo o carece de espiritualidad. “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.”, 1 Corintios 2:14 (RVR60) Ni el más elocuente y resplandeciente discurso logrará un impacto de transformación y edificación a los que le oyen si no procede del Espíritu.

Es integro

Vive lo que predica

La vida y la predicación del predicador destacado van de la mano. La predicación no puede separarse de la vida del predicador. A diferencia del filósofo, del abogado, del médico, del artesano, del comediante y cualquier otra persona de profesión y oficio, que hacen una separación entre lo que saben y la forma en que se comportan, el predicador destacado vive lo que cree y predica lo que vive. Su estilo de vida es congruente con lo que piensa y proclama. Por ello es necesario que el predicador crezca en la fe que actúa por el amor, sea un docto en la investigación, pero un devoto en la oración. Une su fe con el estudio y la ética.

Todos los predicadores sabemos que no estamos a salvo de la tentación y del pecado. Adulterios, adicciones, malos manejos, poder, orgullo. Son algunos de los pecados frecuentes en los que han caído algunos predicadores. Afortunadamente son la minoría. (Anderson, 2009) El que no es íntegro jamás logrará construir una iglesia sana y fuerte.

Es consagrado

Se sabe a sí mismo como alguien que está dedicado al Señor y al ministerio de la palabra. Santo, limpio, separado para el servicio de la predicación y la enseñanza de la Palabra. No se enreda en los negocios de este mundo. Su llamado le exige que se entregue por completo a la tarea de la predicación y al ministerio pastoral si lo tiene. Va por camino del bien, es temeroso de Dios. El recuerdo claramente el consejo de uno de mis mentores en los primeros pasos que di como pastor predicador: “Viva una vida limpia, estudie teología y trabaje con diligencia, lo demás déjeselo al Señor”. Este hombre de Dios, el Señor lo usó como protagonista de uno de los avivamientos más grandes en Guatemala. En la consolidación de su ministerio, su congregación local llegó a tener cerca de veinte mil miembros, además de las decenas de iglesias que fundó dentro y fuera del país.

Es idóneo

En 1 Timoteo 3:2-7 se registran requisitos para los ministros que se pueden agrupar en tres: conducta moral irreprensible, la madurez espiritual, que no sea un neófito, y la idoneidad para enseñar. Este último lo reitera Pablo a Timoteo en la segunda carta “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” El predicador debe ser capaz para predicar y realizar toda buena obra.

El predicador tiene que mantener el hacha afilada para no golpear muchas veces sin obtener el resultado deseado. Debe ser efectivo en la predicación que transforma y edifica. Pero eso no se logra sin integridad, una fe inquebrantable, el corazón encendido, la mente clara y una disposición férrea hasta el último suspiro. Todo ello unido al estudio de la teología bíblica y el constante estudio de la correcta preparación de sermones. Todas estas acciones lo hacen idóneo en su bendita tarea bajo el sol.

Es moldeable

La vida del predicador extraordinario está moldeada toda clase de sufrimientos. Eso no es un aliciente, tampoco una buena noticia para por el predicador novato. Porque todos los que iniciamos el camino de la predicación tenemos anhelos de ser como los grandes predicadores que el Señor ha utilizado efectivamente para salvar y edificar a miles de personas. Pero no estamos conscientes del sufrimiento que los ha moldeado para convertirlos en preparados para toda buena obra. Vasos limpios No conozco predicador destacado que no haya sido moldeado por el sufrimiento. Como siempre, Jesús de Nazaret nos da el ejemplo. El mejor predicador de todos los tiempos, llamado proféticamente “El siervo sufriente” “experimentado en quebranto” cumplió a plenitud esas profecías en su vida y ministerios terrenales, ese sufrimiento lo vivió en su máxima expresión en la vergonzosa cruz. Sus apóstoles y predicadores pasaron por el mismo proceso. Pablo el apóstol, Pedro, todos padecieron diversidad de tribulaciones y finalmente el martirio. Desde el inicio de la Historia de la Iglesia hasta nuestros días el sufrimiento es instrumento para moldear a los predicadores.

Los padres y predicadores de los primeros cinco siglos padecieron persecución, rechazo, algunos de ellos el martirio. Los predicadores auténticos de la época medieval pasaron por humillaciones, destierros, y martirios. En la época tardía resaltan los nombres de Juan Huss, Jerónimo Savonarola, Juan Wycliffe En la época que inicia la Reforma Protestante los nombres que van a la cabeza son Martín Lutero, Juan Calvino, Ulrico Zwinglio, moldeados por toda clase de sufrimientos, pero sobre todo por las muchas enfermedades que padecieron. En la época moderna y contemporánea sería interminable la lista. Nosotros mismos somos testigos que al llamado de la predicación es inherente el sufrimiento.

Los mejores sermones se forjan en medio de las pruebas. Lutero llega a la conclusión que las pruebas son las que hacen al predicador: “La clave indispensable para la comprensión de las Escrituras es el sufrimiento en el camino de la justicia”. Propone tres reglas que se describen en el Salmo 119: 67, 71: oración, meditación, tribulación. Así la tribulación y la tentación son la piedra de toque de los mejores predicadores.

Todos los que somos pastores, predicadores, pasamos por diversidad de sufrimientos: épocas de desánimo, tentaciones, incomprensiones, enfermedades, agotamiento, exigencias inherentes a las preparaciones y predicaciones continuas, el desgaste natural, son las dosis de sufrimiento que nos van configurando.

Es difícil avanzar con un cuerpo cansado y pensar con un cerebro fatigado. A veces es necesario hacer pequeñas pausas. Pero como no vivimos para sí mismos, no somos nuestros, sino que fuimos comprados con el alto precio de la preciosa sangre de nuestro amo y Señor, él mismo se encargará de sustentarnos hasta que terminemos muestra misión aquí en la tierra.

Es sumiso a la Escritura

Sumiso a la Palabra Viva, Jesucristo, a la Sagrada Escritura, a la tradición protestante. Toma en serio la Biblia y a Cristo en cuanto que son el punto focal de su predicación. No las usa para maquillar mensajes humanísticos. Tiene confianza absoluta en la Biblia como la Palabra de Dios, como autoridad máxima para enseñar doctrina y para instruir en la vida diaria. Sabe que sus sermones tienen límites saludables, se enmarcan dentro de la Escritura, no puede salirse de ella para desviarse por el laberinto de alta crítica, moralismos, psicologismos, secularismos, asuntos políticos, religiosos, culturales. Tampoco puede inventar o adentrarse en el mundo de la ficción. Sabe que es guardián del sagrado depósito del evangelio y que es administrador de los misterios de Dios. Revelados exclusivamente en la Biblia. Sus sermones se atienen al texto, al pasaje, o los versiculos, seleccionados. Los respeta, se esfuerza para estudiarlos, meditarlos, comprenderlos, con celo. Se admira, se maravilla, luego explica las verdades eternas y las aplica. Confía que el resultado será magnifico. Será Dios hablando por medio de la palabra proclamada. Tiene la convicción que predica un mensaje auténtico y transmite algo vivo, que extrae de la Escritura, para que sea Dios el que hable. Entiende que su predicación está condicionada por la Palabra de Dios y que actúa dentro de la soberanía de Dios, por ello solo obedece.

Es sensible

Él es tocado primero por el mensaje, por el Espíritu. Es muy difícil que el predicador impacte a los oyentes en sus mentes y sus corazones si él no lo ha sido previamente. Si el sermón no provoca en él un profundo deseo de responder en fe, en obediencia al Señor, no lo hará en la audiencia. El predicador debe estar asombrado, radiante, emocionado, con el mensaje que ha recibido y va a predicar.

Es fogoso

Aquí hablamos de fuego espiritual, de arder en el espíritu, predicando con denuedo, con determinación, independientemente de su personalidad, y talentos físicos “Debe hablar con voz de trueno al predicar, relampaguear cuando conversa, arder en la oración, brillar en la vida y consumirse en el espíritu” (Spurgeon, 1993).

Es comprometido

El compromiso del predicador es fundamental éxito del ministerio. Comprometido con el reino de Dios, la para el iglesia, la familia, su país, su comunidad y de manera total, pero sobre la plataforma de la Sagrada Escritura como fuente de toda la su predicación hasta las últimas consecuencias viviendo de manera coherente.

Es útil

Ser un predicador útil significa ser un instrumento o utensilio dispuesto para toda buena obra. El predicador extraordinario sabe de dónde procede su mensaje, cual es la esencia de su llamado y de donde viene su autoridad. No se sabe a sí mismo como el ungido, sino como un instrumento. Stott acierta al afirmar que el predicador no obtiene su mensaje directamente de la boca de Dios como lo obtenían los profetas y apóstoles del Antiguo y Nuevo Testamento. Tampoco viene de su propia invención como los falsos profetas. Ni es un mensaje parchado de múltiples ideas de otros sin entenderlas como lo hacen los charlatanes. No es un palabrero. Su mensaje lo recibe de la Palabra de Dios que fue dada una vez a todos los santos y que ha quedado escrita en la Biblia. Es solo un instrumento en las manos de Dios.

Es humilde y manso

El predicador extraordinario se reconoce a sí mismo como un pecador arrepentido y perdonado. Batalla cada día con tentaciones y dificultades al igual que sus hermanos. No se siente seguro en sus propias fuerzas. No mira por encima a los demás, por su llamamiento, conocimiento, estudio. No se cree un iluminado, pues él no va a predicar sobre iluminaciones más allá de las que se encuentran en la Escritura. Es un miembro más del cuerpo de Cristo que cumple con seriedad y alegría la tarea encomendada por su Señor. A los predicadores destacados, que he conocido, el Señor los recompensa con buenos resultados, son humildes y cuando alguno de ellos llega a enorgullecerse pronto viene la caída.

Es laborioso

Estudia y trabaja fuerte en la elaboración del Sermón. Sabe que hay que pagar el alto precio de la disciplina, la entrega, la perseverancia. Ora y labora. Si los grandes músicos dedican ocho horas de estudio diario a su instrumento, si los grandes deportistas entrenan dos veces al día, si los grandes maestros de ajedrez estudian entre ocho y doce horas diarias, ¿cuánto más debe estudiar y trabajar diariamente el predicador que anuncia un mensaje de vida o muerte?

Un sermón extraordinario podrá requerir entre ocho a quince horas. Como dice Arrastía, “es un proceso de inventar, alimentar y finalmente dar a luz a esa criatura que se llama sermón”. Por ello los predicadores que lo sabemos comenzamos el lunes por la tarde, continuamos martes, miércoles, para terminarlo jueves o a más tardar el viernes por la mañana. El sábado estaremos relajados, gozosos, listos para releerlo y predicarlo con toda libertad el domingo. Pero si caemos en el promedio de los predicadores lo prepararemos el sábado a última hora.

Es gozoso

Hay poder en un servicio feliz. El predicador es el primero en cumplir la instrucción “Gócense en el Señor, otra vez les digo, gócense”, sí, pese a las pruebas que le toca vivir. Sabe que “el gozo del Señor su fortaleza es” mensaje que predica “son noticias de gran gozo”. No debe perder el gozo de haber encontrado el tesoro escondido: Cristo. En él se regocija, vive una vida alegre, porque la vive y que el en libertad. Esto puede parecer carnal a predicadores y creyentes legalistas, que creen que deben vivir serios, sombríos, con lamentaciones y lloro para ser espirituales y alcanzar el favor de Dios. Ello sería una evocación del monasticismo medieval.

Es diligente

Un predicador diligente es aquel que tiene una actitud favorable, pronta, no perezosa, hacia su sagrado trabajo. Usa su inteligencia con economía de recursos y alto grado de eficiencia. Es responsable, consecuente con el gran privilegio y compromiso del llamado a la predicación. Prepara con anticipación el sermón. Sabe que necesita invertir tiempo en oración, meditación, investigación, preparación. No se queda en lo básico. Se adentra en el estudio exegético, hermenéutico, histórico, homilético, para entender mejor la Biblia que fue escrita en medio de una historia, cultura e idiomas diferentes de los nuestros. Eso significa que batalla contra la pereza intelectual, preparando con suficiente tiempo su sermón. No está lidiando a la carrera con el sermón el sábado por la noche, confiando en la inspiración del Espíritu y su habilidad de sumarle un poco de improvisación para que el domingo surja un sermón extraordinario. El resultado será contrario. Escucharán un sermón ordinario. La mediocridad, la negligencia, la incomprensión, y el aburrimiento se abrirán camino ancho. Dios no respalda al predicador haragán.

Es auténtico

No tiene por qué imitar a otro predicador. Es el mismo en su personalidad. En esa originalidad tiene la ventaja de comunicar el evangelio como ningún otro en el mundo. En el púlpito usted no es el doble de otros. Usted es a quien el Señor le ha concedido el supremo llamamiento y el ministerio de la predicación. Debe hablar por lo que el Señor ha transformado en su vida. No es un comediante, es un testimonio viviente del Evangelio de poder y del perdón.

Ha saboreado la gracia de Dios. Puede aprender de otros predicadores, pero no juegue a ser un Agustín, Tomás de Aquino, Wycliffe, Lutero, Calvino, Wesley, Moody, Spurgeon, Graham, hará el ridículo y se desvalorará usted mismo. Use su personalidad, timbre de voz, complexión. Sea original. Eso le da autoridad en el púlpito, No hay que subir al púlpito con una jerga religiosa que no es natural en la vida diaria.

Es sobrio

Es moderado en sus hábitos. Vigila constantemente su comportamiento, está atento a lo que sucede, pero mantiene la cordura. No se atreve a despertar admiración personal. Al contrario, procura mostrar a Cristo y engrandecer su nombre en su conducta y en su predicación. No vive para si, vive para el Señor. El predicador que intenta despertar admiración para sí mismo lo que pone en evidencia es su orgullo y su interés personal.

Es sincero

El predicador que es sincero permanecerá. Porque ningún ser humano predicador o no, se afirmará sobre la mentira, la exageración, la adulación, la manipulación, la autopromoción de imagen. Tarde o temprano se sabrá que hay debajo del maquillaje del predicador, así como se detectaba la cera que colocaban los escultores antiguos sobre sus obras defectuosas para venderlas como si fueran perfectas. Al tiempo los compradores regresaban a reclamarle al escultor. La sinceridad esta forjada por la veracidad, la franqueza, la espontaneidad. No nos engañemos. Los oyentes disciernen la sinceridad y la hipocresía del predicador.
Que El ser sincero nos aleja de los peligros inherentes del predica y enseña: arrogancia, hipocresía, legalismo. Nos libra de ofender la inteligencia de los oyentes y nos abre campo ancho para influenciar positivamente a la audiencia.

Es flexible

Se adapta a todas las circunstancias y aprende a contentarse cualquiera que sea su situación. No se acomoda. Predica el evangelio de todas las maneras posibles. La palabra griega que corresponde a evangelio, ya traducida literalmente al español, es “EUANGELION” que significa “buenas noticias”. En otras palabras, ¡buenas noticias!, que hay que comunicar. Es más, en todo el Nuevo Testamento se encuentran palabras específicas en la gran comisión de predicar el mensaje del evangelio que tienen que ver específicamente con el proceso comunicativo. Las palabras sobresalientes son las siguientes: “anunciar, proclamar, pregonar, trasmitir, enseñar, explicar, exponer, hablar, decir, atestiguar, convencer, persuadir, discurrir, disertar, confesar, reprender, extender, divulgar, difundir, trasladar, expresar” (Kung, 1995). Todas ellas relacionadas con la comunicación del evangelio.

Es estudioso

Ahonda en el conocimiento de Cristo. Se convierte en un apasionado por la excelencia del conocimiento de Cristo, como lo testifica el apóstol Pablo: “Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”, (Filipenses 3:8 RV60).

Estudia concienzudamente la teología bíblica, pastoral, teológica. Lee mucho, libros cristianos vivificantes y todo lo relacionado a su santo oficio. Spurgeon leía varios libros por semana y leyó el Progreso del peregrino doscientas veces. Eso nos debe inspirar y ayudarnos a comprender que el trabajo principal del predicador es crecer en el conocimiento espiritual y bíblico, primeramente, pero también todo el
Conocimiento que ayude a interpretar mejor la Biblia predicar mejores sermones.

Es centrado

Se enfoca en trasladar el mensaje extraído de las sagradas Escrituras, correctamente interpretado, explicado y aplicado a los oyentes. No va por los extravíos de las anécdotas constantes, de largas experiencias personales, ni de los saltos continuos de versículos de toda índole, de las visiones espectaculares, y de los disparatados sueños nocturnos.

Es expresivo

Expresa sus sentimientos y emociones de manera genuina cuando está predicando. No tiene vergüenza de derramar lágrimas delante de la audiencia. Jesús lloró ante la tumba de Lázaro. Lloró frente a Jerusalén porque rechazó a los profetas que vinieron antes de él, porque se resistió a la predicación del evangelio y porque no conoció el día de su visitación. Pablo escribió, oró, animó, predicó y amonestó muchas veces a los creyentes de todas las iglesias, y los hizo con lágrimas, profundamente conmovido. Acaso no debe llorar el predicador en el momento acorde a su predicación, claro que si. No estoy diciendo que en cada predicación el predicador debe llorar. No. Lo que estoy diciendo es que el debe expresar sus emociones y sentimientos de manera libre, adecuada, en libertad.


Libro: "Consejos para convertir sermones ordinarios en extraordinarios" del Dr. Rigoberto Galvez

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